jueves, 12 de febrero de 2015

Duchando(me)

Para ser una persona reacia a vivir estancado, a lo estático, a la monotonía de hacer siempre lo mismo, en el mismo lugar y con la misma gente, debo confesar que me invade un miedo inentendible a la hora de los cambios.
Al igual que muchos, encuentro como contexto ideal para pensarme  desde otro lado e interpelar todas mis elecciones y la falta de ellas, la ducha. Agua fría cayendo sobre mi cabeza y barba, a mis peludos hombros, panza, pene, piernas y finalmente a mis castigados pies.  La cortina de baño, blanca, con espirales negros y restos de sarro en  la parte de abajo es mi espejo, no me refleja, no me dice nada, solo me da recuerdos.
¿Qué carajo quiero hacer con mi vida?
¿Es este el camino que quiero recorrer?
Tengo un trabajo estable, una casa y una relativa tranquilidad que podría durarme años.
¿Es eso lo que yo quería? ¿Somos algo más que el rejunte de ideas  y posturas que nuestra familia y la sociedad se encargó de imponernos?

Cierro la ducha y pienso lo tanto que me gusta la sensación de mi cuerpo frío, chorreando agua y ver como todo termina siempre en el desagüe. Mal secado y con los pies empapados salgo del baño, no hay dudas ni pensamientos, todas obligaciones y recordatorios. Caigo en la cuenta que al igual que todo diciembre, febrero y julio, los libros y fotocopias tachadas con marcadores de colores me recuerdan el eterno dilema de si persigo mis sueños o los sueños frustrados de otros.